Febrero, 2013. New College, Oxford, Inglaterra.
Fuimos a bailar música típica galesa (¿irlandesa, escocesa?). El salón era rectangular, amplio. El edificio dónde estaba parecía, ante mis escasos conocimientos de arquitectura, un castillo medieval.
Me divertí. Recuerdo el movimiento de mi cuerpo y el esfuerzo para moverme cada vez más rápido. Recuerdo la música: la música era verde, verde esmeralda y con olor a cuerdo y madera. La música era campanas de grueso metal.
Recuerdo a Caroline con su humor de tirita de seda negra bailarina. Recuerdo al chico de cara larga y cejas gruesas, parecido a John Lenon, recuerdo su insoportable forma de hablar, rápida y chocante y nerviosa y cómo la muchacha alemana que iba a con él tenía un rostro agradable. No recuerdo el rostro. Sólo su voz y su historia de exilio (de ese exilio de europeos entre europeos que no es exilio: porque se está demasiado cerca de casa).
Uno de los chicos al bailar apretaba mucho la mano y la cadera, pero bailaba con gusto. La gente en general un poco torpe y un poco confundida, bailaba, sin embargo, con ánimo.
En la barra de atrás, tragos y fanta en vasos de plástico. El hombre que guiaba el baile jugaba y yo me esforzaba por entender todo perfectamente aunque su acento ¿gales? me dificultará las cosas. A veces no entendía alguna broma, pero me reía igual. Comenzamos a calentarnos tanto que tuve que quitarme el doble par de calcetas y todo el exceso de ropa que tría puesto.
Al salir, el frío volvía a cristalizarse en el vaho de la boca.
Fuimos a bailar música típica galesa (¿irlandesa, escocesa?). El salón era rectangular, amplio. El edificio dónde estaba parecía, ante mis escasos conocimientos de arquitectura, un castillo medieval.
Me divertí. Recuerdo el movimiento de mi cuerpo y el esfuerzo para moverme cada vez más rápido. Recuerdo la música: la música era verde, verde esmeralda y con olor a cuerdo y madera. La música era campanas de grueso metal.
Recuerdo a Caroline con su humor de tirita de seda negra bailarina. Recuerdo al chico de cara larga y cejas gruesas, parecido a John Lenon, recuerdo su insoportable forma de hablar, rápida y chocante y nerviosa y cómo la muchacha alemana que iba a con él tenía un rostro agradable. No recuerdo el rostro. Sólo su voz y su historia de exilio (de ese exilio de europeos entre europeos que no es exilio: porque se está demasiado cerca de casa).
Uno de los chicos al bailar apretaba mucho la mano y la cadera, pero bailaba con gusto. La gente en general un poco torpe y un poco confundida, bailaba, sin embargo, con ánimo.
En la barra de atrás, tragos y fanta en vasos de plástico. El hombre que guiaba el baile jugaba y yo me esforzaba por entender todo perfectamente aunque su acento ¿gales? me dificultará las cosas. A veces no entendía alguna broma, pero me reía igual. Comenzamos a calentarnos tanto que tuve que quitarme el doble par de calcetas y todo el exceso de ropa que tría puesto.
Al salir, el frío volvía a cristalizarse en el vaho de la boca.
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