miércoles, 2 de abril de 2014

Sinfonía de cacerolas a media noche en la Cité Universitaire

 A Lorena Bordigoni

Preludio
 
 (Al vaciar el cuarto de París, me fueron quedando herencias de estudiante. Ollitas y sartenes y platos de ámbar y torchones grises. Todas mis pobres herencias las metimos en un carrito de supermercado).

*

Éramos dos gitanas cruzando Europa. Bordeando México por detrás, pasando de lejos Argentina, Canadá, Camboya. 
El carrito de súpermercado, de Auchan para ser precisas, era una de las prestaciones de la Casa de México a sus residentes (¿qué otra casa podría pedir como caución una credencial para prestar un carrito de mercado que a todas luces era robado?).

Las cacerolas golpeteaban sin ritmo pero recias. Anunciando la despedida: despertando a los ausentes. Allí, así, cruzando la Cité, cuando  cruzábamos con otros residentes la risa se nos desbordaba del cántaro de la boca (como agua, como melódico chorro de agua que era fondo para nuestra sinfonía de cacerolas).  Carnavalito latinoamericano de a dos. 
Nuestra fama nos precedía y minutos antes de que cruzáramos, empujando Lorena la maleta roja y yo el carrito de supermercado, ya sonaban alegres y rimbombantes las cacerolas.

Que supieran, vecinos, extranjeros, extraños, amigos, que me iba, que mi herencia no eran las cacerolas sino la canción que éstas le cantaban a Argentina. 


-Versión mexicana-

Sin ritmo pero contentas, como tamborazo en un callejón de Zacatecas, mis cacerolas cruzaron la cité universitaire en un carrito de mercado desde México hasta el circo de las pulgas. 
Epílogo

De regreso, sola, empujando el carrito vacío, pase de carnaval gitano a clochard parisino. 

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