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Eros y Psique de Bouguereau |
Sentada frente a mí, Paulina me escuchaba atenta. Sus ojos no me veían porque veían en realidad mis palabras, desmenuzándolas, analizándolas y reordenándolas para sacarles una significación más profunda, esa significación que yo no podía o no me atrevía encontrar. Hablar con ella era la mejor manera de conocerme, porque cuando se habla con alguien a quien no se le esconden nada, termina uno confesándose secretos a sí mismo.
- Es que yo siento que los filósofos no se casan- le dije para comenzar con mi explicación profunda sobre el por qué mi pobre personalidad, ya de por sí compleja en sí misma, se debatía entre la felicidad de saber que iba a casarme con el hombre que amo, con ese con quien tan larga batalla hemos librado por estar juntos, y la negación vergonzosa de haber aceptado el ideal burgués del matrimonio.
Que si casarse es de burgueses, de capitalistas, de aquellos que siguen el contrato social, y deja eso: casarse era una alta traición a mi feminismo filosófico de mujer liberada que sabe latín... (bueno, no latín pero sí griego). Le enumeré a Paulina todo mi malentendido feminismo juvenil: que el dominio, que la empoderación y la liberación, que sí lo que los mantiene juntos es el mero contrato...
Que una filósofa emancipada no debería casarse jamás: que hasta daba vergüenza en el medio alto, cultivado, intelectual decir: "Estoy casada"...
La calma de Paulina me azoraba. Sentía que, como en los sabios zen, su calma guardaba una enseñanza... y como ella misma me contó aquel cuento en el que un sabio zen le suelta un golpazo en la cabeza a su estudiante, pues nomás esperaba el catorrazo. Palabras más palabras menos, Paulina me contestó apasionada;
-Cuánto daño hace el absolutismo moral. Cuánto daño hizo que hubiera un sólo modelo familiar, un sólo esquema... Y tanto absolutismo moral hay en el que se casa porque así debe de ser, por todo lo que quieras, por burgués, por seguir el esquema social, como en el que no se casa porque no debe de casarse. No te cases con una postura; no te cases con el "no casarte". No te encierres en un prejuicio de tu propia identidad; lo que hace al filósofo libre es su capacidad de reflexionar de manera original y tomar sus decisiones ¿te has apropiado y reflexionado de tu propia situación? ¿has creado tú tu propio sistema de valores? ¿Y tú sistema de valores dice lo mismo del matrimonio que "el de toda la gente"?- Y el catorrazo vino al final, como debía: -¿Qué te trae el matrimonio? ¿Qué pedazo de tu felicidad se construye con qué acto? Con lo que no puedes casarte es con la idea de qué es filósofo, con un prejuicio de lo que es ser una mujer emancipada, con eso si no te cases... No te cases con el "no".-
Salí de casa de Paulina con el alma sacudida, desempolvada y ligera, como a un espíritu al que le han exorcizado y tiene permiso de dejar, de una vez por todas, la casa embrujada, de partir: requiescat in pace para mi alma intelectual. Admiro a los filósofos de gran cátedra pero más admiro a los que saben tejer esa gran cátedra con los problemas mundanos, íntimos, como el de casarse.
Y sí, los filósofos nos casamos porque nos casamos con el sí, de sí hay que intentarlo, sí hay que cambiar de opinión, sí hay que llegar hasta las últimas consecuencias, y sí, hay que seguir el corazón aún en contra de uno mismo.
Y luego pensé que la madre de Sócrates era partera... y que de allí la mayéutica. Y sí, cuando los filósofos nos casamos es porque encontramos a alguien que nos ayuda "a parir" la propia alma.
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