
Porque una vez, hace no más de un año, decidí tomar el transiberiano que cruza de Moscú a San Petesburgo en 13 horas de viaje. Me dijeron que era peligroso, que una mujer sola no debería tomarlo; que no me expusiera. Me hablaron de las pequeñas y viejas cabinetas sovieticas, compartidas a cuatro con desconocidos. De los ladrones y los acomodadores.
Pero yo tomé el tren.