A Lorena Bordigoni
Preludio
(Al
vaciar el cuarto de París, me fueron quedando herencias de estudiante.
Ollitas y sartenes y platos de ámbar y torchones grises. Todas mis
pobres herencias las metimos en un carrito de supermercado).
*
Éramos dos gitanas cruzando Europa. Bordeando México por detrás, pasando de lejos Argentina, Canadá, Camboya.
El
carrito de súpermercado, de Auchan para ser precisas, era una de las
prestaciones de la Casa de México a sus residentes (¿qué otra casa
podría pedir como caución una credencial para prestar un carrito de
mercado que a todas luces era robado?).
Las
cacerolas golpeteaban sin ritmo pero recias. Anunciando la despedida:
despertando a los ausentes. Allí, así, cruzando la Cité, cuando
cruzábamos con otros residentes la risa se nos desbordaba del cántaro
de la boca (como agua, como melódico chorro de agua que era fondo para
nuestra sinfonía de cacerolas). Carnavalito latinoamericano de a dos.
Nuestra
fama nos precedía y minutos antes de que cruzáramos, empujando Lorena
la maleta roja y yo el carrito de supermercado, ya sonaban alegres y
rimbombantes las cacerolas.
Que
supieran, vecinos, extranjeros, extraños, amigos, que me iba, que mi
herencia no eran las cacerolas sino la canción que éstas le cantaban a
Argentina.
-Versión mexicana-
Sin
ritmo pero contentas, como tamborazo en un callejón de Zacatecas, mis
cacerolas cruzaron la cité universitaire en un carrito de mercado desde
México hasta el circo de las pulgas.
Epílogo
De regreso, sola, empujando el carrito vacío, pase de carnaval gitano a clochard parisino.