jueves, 3 de abril de 2014

Pequeño sonido

Naim tenía un pequeño sonido.
 El pequeño sonido era su llave mágica.
Como él código que un mago entrega a un aprendíz
(o un sheikh a su discípulo). 

El pequeño sonido era dulcísimo
y suave
como la parte interna del ala
de una ave
antes del primer vuelo.


Era una respuesta
a cualquier cosa

pero era
el código
de su tristeza
de su duda
de su curiosidad

de su extrañeza

de la distancia que te regalaba
desde su inteligencia

no llegaba a ser una palabra
no era una palabra

porque así
como sonido

podía ser cualquier cosa. 



(que tristeza sentirá
mi memoria
cuando no recuerde más
el pequeño sonido de Naim
el bufido
el soplo de curiosidad
y misterio
con el que me contestaba Naim
cuando le hablaba).

Catalina

Recogiéndolo en una coleta se cortaría el cabello.
Con las tíjeras recién prestadas lo cortaría parejo.
Los bucles dorados caerían al piso
y si fueran de oro

los recogería para comer

un crepe en la Bastille.

Preludio para una historia de tres días

Esta historia no debería tampoco ser contada. 
No es pues, una historia. 

No hay, pues, constancia de que los dos actores del relato hayan existido. Hay, sòlo indicios, pero como en cualquier investigaciòn criminològica, los indicios no son suficiente para incriminar culpables. 

De hecho, la historia es tan fugaz que podria no haber existido: como esos niños que las madres sacan del vientre antes de tres meses. Como esos niños que no tuvieron nombre y que sin embargo, vienen cada tanto, como fechas del calendario: "hoy hubieran sido tres años". 


***

Lo fugaz no existe. 
Lo fugaz es como el viento que gira antes de golpear el mar. 
Que tan sólo silba
como diciendo
no soy aire
soy viento
soy ciclón 
soy remolino
y luego desaparece sin golpear la ola. 


***

(Variación del árbol que cae)


Sí la persona con quien has hablado no recuerda lo que le has dicho:

 ¿es qué lo has dicho realmente o
es que 
quizás

el viento y las ondas
al salir de tu boca
se desordenaron en aire?

(¿Es el llanto una palabra?)





Bouillore

De París me despedí a cachos: como quien alarga la palabra para no terminar tan pronto de decirla. Un poco un viernes, otro poco un sábado, otro poco en domingo y otro poco en lunes. Cada cosa regalada a buenas manos, era como un hijo salido del hospicio. Que tristeza y que drama es mudarse para los que nos apegamos hasta a los objetos más ínfimos. La calma que me dio que Jairo se quedará con la bouilloire: fue como ceder un hijo.

Valijas

Boletos de metro
Boletos de avión
Tickets de compras que no cotejaría nunca
Números de teléfonos en papelitos blancos: 06, 06, 07. Cualquier cosa.

La llave de una bicicleta perdida hace más de tres años.

Pelusas.
Libros.

La maleta estaba llena de planes.
Planes que pagaba por kilo.

Había un jabón de Siria, y un libro cuya dedicatoria es imposible de leer sino es con la memoria.

Había una boleto de cine del 2008:

Quemar las naves.
Sala Julio Bracho. 18.30pm.


miércoles, 2 de abril de 2014

Sinfonía de cacerolas a media noche en la Cité Universitaire

 A Lorena Bordigoni

Preludio
 
 (Al vaciar el cuarto de París, me fueron quedando herencias de estudiante. Ollitas y sartenes y platos de ámbar y torchones grises. Todas mis pobres herencias las metimos en un carrito de supermercado).

*

Éramos dos gitanas cruzando Europa. Bordeando México por detrás, pasando de lejos Argentina, Canadá, Camboya. 
El carrito de súpermercado, de Auchan para ser precisas, era una de las prestaciones de la Casa de México a sus residentes (¿qué otra casa podría pedir como caución una credencial para prestar un carrito de mercado que a todas luces era robado?).

Las cacerolas golpeteaban sin ritmo pero recias. Anunciando la despedida: despertando a los ausentes. Allí, así, cruzando la Cité, cuando  cruzábamos con otros residentes la risa se nos desbordaba del cántaro de la boca (como agua, como melódico chorro de agua que era fondo para nuestra sinfonía de cacerolas).  Carnavalito latinoamericano de a dos. 
Nuestra fama nos precedía y minutos antes de que cruzáramos, empujando Lorena la maleta roja y yo el carrito de supermercado, ya sonaban alegres y rimbombantes las cacerolas.

Que supieran, vecinos, extranjeros, extraños, amigos, que me iba, que mi herencia no eran las cacerolas sino la canción que éstas le cantaban a Argentina. 


-Versión mexicana-

Sin ritmo pero contentas, como tamborazo en un callejón de Zacatecas, mis cacerolas cruzaron la cité universitaire en un carrito de mercado desde México hasta el circo de las pulgas. 
Epílogo

De regreso, sola, empujando el carrito vacío, pase de carnaval gitano a clochard parisino. 

Avenida P. de Coubertin III


A Naim J.
He vuelto a escribir para el público.
Se acabaron esas peroratas vacías en las que narraba para mi misma mi propia vida (como si yo fuera mi propio e único público).

No te acordarás jamás del instante en que saliendo de la Maison du Maroc, me dijiste, como quien hace un comentario del clima, que debería de escribir más.

Et voilà.

Escribo.

Tampoco recordarás que nombré a los tres lunares de tu brazo: "Sócrates, Platón y Aristóteles".

Ellos, sin embargo, sabrán su nombre.