jueves, 17 de abril de 2014
Pastèque
Aprendí la palabra "Pastèque" un día de marzo del 2013 entre el 15 y el 30 de Marzo. La aprendí con la pura imaginación, al escuchar a un hombre rubio describir, deliciosamente, un pedazo de su infancia; de una infancia común y compartida con cada uno de sus compatriotas, de una infancia que se vuelve más dulce, más roja, a cada día más que avanza la guerra.
Nunca veré una sandía enfríandose en el centro de
una fuente tallada en piedra.
Y eso, señores, es triste.
J.Rojas
Engaño
Te hubiera agradecido lo dijeras.
Que a tí también te esperaba alguien.
No me hubiera replegado,
amor de un día,
te hubiera abrazo,
aún más complice.
Hubieramos sido
amantes más perfectos
sabiendo que
sinceros frente a frente
a alguien más
ambos mentíamos.
Que a tí también te esperaba alguien.
No me hubiera replegado,
amor de un día,
te hubiera abrazo,
aún más complice.
Hubieramos sido
amantes más perfectos
sabiendo que
sinceros frente a frente
a alguien más
ambos mentíamos.
El ezan
El ezan de la madrugada le daba miedo cuando tenía cinco años, me confesó él.
Imaginé un cuarto profundamente azul.
Lo imaginé a él, con el rostro que tendrá alguno de mis hijos, con las púpilas abiertas y luminosas como hatos de luz. Imagine su miedo y su rostro suave.
Afuera Polifemo canta. Afuera canta el gigante de dios, y en el hogar, el niño que aún no tengo teme.
Un monde
Hay otro mundo donde yo no me detenía a mirar el Panneau de la cité universitaire y seguía de largo.
En ese mundo no te conocería, no sabría de la cercanía entre Kierkegaard y Rumi, ni sobre cómo la fenomenología se acerca al misticismo. En ese mundo había menos nostalgia y la Siria que se ve detrás era sólo eso. El país del otro lado del monte. La Maison du Maroc era tan sólo la puertita verde que daba a la avenida.
Simplificaciones más: significaciones menos. En ese mundo, yo no era yo. Era alguien que no te extrañaba.
Allí los sucesos se sucedían como tenía planeado. Aviones, con fechas extrañas, transbordes cansados, besos escondidos, pesadumbre. Allí tampoco tienes que ignorarme, ni temerme. Allí no hay tazas naranjas para el té, sino mil y un boîtes à confiture.
***
Hay un monde donde no me fui de París.
Hay un mundo donde yo no tenía razón para irme.
Y me quedaba a tu lado, para terminar odiándonos, en un mes o dos, como hubieramos hecho, lo sé, de haberme quedado en este mundo en el que vivimos.
Colecciono, sin embargo, los recuerdos posibles de ese otro mundo. Mis manos deslizándose por el borde de tu pantalón para que tu hicieras algún gemido sordo, grave, cobrizo. Mil y un desayunos de helva con hebras de queso salado. Mil y un días terminándose a las tres de la mañana. Mil y un conexiones más, de filósofos desconocidos. Cinco o seis palabras más en arabe, y voilà, c'est fini. A ese mundo, tendría más bien que llamarlo primavera; de esas que se acaban al final de mayo.
***
Hay un mundo donde yo no podía amar.
En ese mundo, no tenía que apretujarme el corazón con el puño de la mano. La historia sería otra, sería quizás la historia que toda mujer sin amor quisiera.
Allí no tomaría aviones ni cambiaría relojes de horario (al menos no tan seguido), allí sería esa que yo quería ser hace diez años.
Allí viviría menos, sufrirìa menos, sabría menos del dolor del mundo y estaría contenta.
En ese mundo, desde una pequeña oficina en alguna torre, escribiría, anhelante, la historia de una mujer que contestó un mail a alguien del otro lado del mundo y luego tomó un avión para jamás volver a casa. Y al terminar de escribir, annhelaría ser yo la de la historia.
***
También está ese mundo, en el que vivimos, y estamos, y del que no hay otro.
Aquí el tiempo es un monstruo que nos lleva en el lomo.
martes, 15 de abril de 2014
Bandera pirata
Con trabajo amarre la bandera pirata a la rejilla blanca del balcón de un cuarto (¿cuarto, tercer, quinto piso?) de la Maison du Maroc. Le dije: -J’ai mis ton drapeau, donc, nous sommes de pirates maintenant-.
Pero fuimos piratas dos segundos. Con su voz de agua, de palangana de madera que deja caer el agua, con su voz color palo de pino, Naim me dijo que la bandera pirata le daba mala suerte, dijo algo como “non, non, s’il te plait, tu peux l’enveler”.
Y entonces, tuve miedo que la bandera nos diera mala suerte, que le diera mala suerte a él, y la quite y la deje colgando. Así, como estaba antes de que yo llegara.
Fuimos piratas dos segundos, y con eso nos basto para tener la mala suerte del tesoro pérdido.
Pero él, él fue pirata antes: con quién y cómo, no lo sé, no sé por qué la bandera le provocó mala suerte, tanta que él mismo supiera que en la mar de cosas desperdigadas por el piso de su cuarto era la bandera la que traia el malheur.
Fuimos piratas dos segundos, y con eso nos basto para tener la mala suerte del tesoro pérdido.
Pero él, él fue pirata antes: con quién y cómo, no lo sé, no sé por qué la bandera le provocó mala suerte, tanta que él mismo supiera que en la mar de cosas desperdigadas por el piso de su cuarto era la bandera la que traia el malheur.
La oveja perdida
La parábola del hijo pródigo en la biblia... Una mentira. Una mentira toda.
No es cierto que el otro hijo se muriera de envidia y le recriminará al padre por el regreso del otro. El profeta nos mintió para forzar la enseñanza (es normal, todo maestro lo hace).
Lo que paso fue otra cosa; lo que no nos fue contado fue la parábola del que permaneció. Del que cuidó el rebaño, y lavó los pies del padre, deséando haber sido él quien partiera; tan sólo porque él habría regresado más rápido. Lo que no nos fue dicho fue como el llanto del hermano que permaneció se le atoraba callado, en las noches, al ver la cama de al lado vacìa.
Quien escribió la parábola del hijo pródigo no tenía hermanos: no sabía que no hay nada más dulce que ver regresar un cacho de tu infancia al portal de la casa: abrazar un hermano es abrazar la infancia misma, sostener con las palmas de las manos el sabor de un osito de goma de limón o una cuchara de cajeta. Es un hermano es la única prueba de que nacimos.
Y es tan doloroso ver a tu hermano perderse; más aún, ahora, que ya no nos perdemos en supermercados con globos amarrados a la mano, sino en grandes calles, amplias, en tiendas con cerámica blanca en el piso, ahora que nos perdemos porque queremos perdernos...
Yo te haría un banquete, hermano, mataría con mis manos al cabrito más robusto y hundiría los dedos en él para limpiarlo. Yo te haría un banquete, hermana, si vuelves, sería yo quién me quebraría de alegría en nuestra propia versión de la hija pródiga.
No es cierto que el otro hijo se muriera de envidia y le recriminará al padre por el regreso del otro. El profeta nos mintió para forzar la enseñanza (es normal, todo maestro lo hace).
Lo que paso fue otra cosa; lo que no nos fue contado fue la parábola del que permaneció. Del que cuidó el rebaño, y lavó los pies del padre, deséando haber sido él quien partiera; tan sólo porque él habría regresado más rápido. Lo que no nos fue dicho fue como el llanto del hermano que permaneció se le atoraba callado, en las noches, al ver la cama de al lado vacìa.
Quien escribió la parábola del hijo pródigo no tenía hermanos: no sabía que no hay nada más dulce que ver regresar un cacho de tu infancia al portal de la casa: abrazar un hermano es abrazar la infancia misma, sostener con las palmas de las manos el sabor de un osito de goma de limón o una cuchara de cajeta. Es un hermano es la única prueba de que nacimos.
Y es tan doloroso ver a tu hermano perderse; más aún, ahora, que ya no nos perdemos en supermercados con globos amarrados a la mano, sino en grandes calles, amplias, en tiendas con cerámica blanca en el piso, ahora que nos perdemos porque queremos perdernos...
Yo te haría un banquete, hermano, mataría con mis manos al cabrito más robusto y hundiría los dedos en él para limpiarlo. Yo te haría un banquete, hermana, si vuelves, sería yo quién me quebraría de alegría en nuestra propia versión de la hija pródiga.
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