martes, 15 de abril de 2014

La oveja perdida

La parábola del hijo pródigo en la biblia... Una mentira. Una mentira toda.
No es cierto que el otro hijo se muriera de envidia y le recriminará al padre por el regreso del otro. El profeta nos mintió para forzar la enseñanza (es normal, todo maestro lo hace).

Lo que paso fue otra cosa; lo que no nos fue contado fue la parábola del que permaneció. Del que cuidó el rebaño, y lavó los pies del padre, deséando haber sido él quien partiera; tan sólo porque él habría regresado más rápido. Lo que no nos fue dicho fue como el llanto del hermano que permaneció se le atoraba callado, en las noches, al ver la cama de al lado vacìa.

Quien escribió la parábola del hijo pródigo no tenía hermanos: no sabía que no hay nada más dulce que ver regresar un cacho de tu infancia al portal de la casa: abrazar un hermano es abrazar la infancia misma, sostener con las palmas de las manos el sabor de un osito de goma de limón o una cuchara de cajeta. Es un hermano es la única prueba de que nacimos.

Y es tan doloroso ver a tu hermano perderse; más aún, ahora, que ya no nos perdemos en supermercados con globos amarrados a la mano, sino en grandes calles, amplias, en tiendas con cerámica blanca en el piso, ahora que nos perdemos porque queremos perdernos...

Yo te haría un banquete, hermano, mataría con mis manos al cabrito más robusto y hundiría los dedos en él para limpiarlo. Yo te haría un banquete, hermana, si vuelves, sería yo quién me quebraría de alegría en nuestra propia versión de la hija pródiga.

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