Escribo esto para mí, y para toda aquella que un día se ponga, por error o por gusto, mis mismos zapatos: los de enamorarse de un desconocido, del otro lado del mundo, y obstinarse en ello, hasta un día cerrarle las manos entre las manos propias. Escribo para mí, en un momento en que necesito escribirme.
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Yo era la novia solitaria.
Yo era esa chica que apareció un día, con una maleta de Pac-man en el aeropuerto Sabiha Gökçen y que muerta de nervios se escondía entre las puertas deslizables de la sala donde se recogía el equipaje; sin saber que él estaba detrás mío, observándome.
El día justo antes de tomar el avión que me llevaría de Alemania a Estambul, mi prima Kristin, (ella con sus lentes rojos y su voz dulce de piloncillo, de chocolate con piloncillo) habló conmigo. Hasta ese día, ella sabía ciertamente más de turcos que yo y sentadas en la mesa, me tomó de las manos y me dijo: -Hazle saber a la familia de él que tu familia te quiere mucho, que te queremos mucho pero que no podemos acompañarte ahora- era un momento de nuestra relación en la que apenas estábamos conociéndonos y yo aprovechaba cualquier oportunidad para ir a Turquía a verlo- que no eres una novia solitaria, sino que tu familia está muy lejos por ahora, pero que te queremos y te apoyamos mucho. Para los turcos la familia es muy importante-
Y sí, cuánta razón tenía mi prima Kristin; la familia de Volkan jugó un papel sustancial en nuestra relación durante estos cuatro años.Ellos, aunque siempre han sido amabilísimos conmigo, se opusieron por un período a nuestra relación: que si yo no era musulmana, que si yo no era turca, que cómo íbamos a educar a los niños, que si ellos conocían casos de alemanas que se casaron con turcos y se divorciaron. Volkan se aferró, con buenos y malos métodos, hasta que ellos finalmente aceptaron con gusto nuestro compromiso pero sobre todo nuestro amor.
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Me preguntaban de mi familia, de mi padre, de mis hermanos, de si las chicas en las fotos que les enseñaba eran mis familiares. Me preguntaron si yo siempre iba a venir a Turquía sola. Me preguntaron cuándo iban a conocer a mi mamá.
Aparecía y desaparecía intermitente, cada tres meses, cada seis. Jalando sola mis maletas pintadas de colores, y yéndome en múltiples aeropuertos.
Llegué sola a Estambul, a Konya, a Ankara... A Hatay, al lado de Siria. Siguiéndole el rastro al amor: al amor más difícil pero más luminoso que me he encontrado en la vida.
Sola camine por Ankara y sola me subí al mausoleo, sola me junte con los otros solitarios de Estambul, como Claire, mi amiga de Taiwan o como Nyaa, esa silenciosa chica de Sudán. Él, trabajando con horarios de oficina, hacía de tripas corazón para dedicarme todas las tardes, pero yo aprendí a disfrutar la soledad como un paletín de ázucar.
Sola me pase las tardes en Hatay, abrazando al gato y viendo las montañas que sabía yo, separaban a Turquía de Siria y a la calma del dolor.
Y así nos llevamos casi cuatro años.
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La soledad era mía, pero ellos me la aderezaban con miel, con higos, nueces, laminillas de pan.
La mamá de Volkan se volvió no sólo mi futura suegra sino mi amiga. Cuando me dieron la beca para Estudiar en Estambul, ella se volvió mi gran maestra de turco. A veces con bromas, a veces en serio, me corregía la pronunciación y las expresiones. Yo no aprendía en la universidad ni la mitad de lo que aprendía con ella cuando tiernamente arrastraba las palabras para que yo me aprendiera las recetas de la yayla corbasi o las instrucciones para hacer aşure. La madre de Volkan se volvió mi madre y me partió la soledad, pero yo sabía que un resquicio de mi seguiría aislado mientras no pudiera compartirles mi mundo y dejarles ver, como a Santo Tomás, que yo no era la novia solitaria.
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Hoy acabé el planning para mi boda en Turquía, y envié el último mail con la información para las reservaciones.
Hoy deje de sentirme como la novia solitaria y soy la novia feliz (también la novia en banca rota, la novia estresada y otras tantas) pero mayormente la novia feliz.
A mi mail me llegaron veintiún confirmaciones de boletos de avión: idas y vueltas en multitud de días y horas distintas. Las primeras, las de Jairo y Catalina, fueron como esas gotitas que al caer al agua se extienden en muchos aros y su repercusión alcanza el borde de la laguna. Luego vino el mail de Malena que viene a mi boda pese a que se va a regresar a París a las 6.00 de la mañana en domingo. Mi familia de Alemania, incluyendo a la sabia Kristin, me enviaron por mails sus boletos, que enlazan Alemania hasta Konya.
Los otros poco a poco cayeron. Incluyendo (ábrase aquí un hato de luz divino cual iglesia) el boleto de Gabriela, financiado por la presión y generosidad familiar (ambas). Me hice experta en ayudar a hacer reservaciones y hasta la última semana de julio, Lorena me sorprendió con un "y cómo me iba a perder eso, che"...
Llené hoteles con reservaciones, hice mal algunas y Volkan se tuvo que pelear con varios recepcionistas turcos, pero al final juntamos un comité seguro de un montón de personas que vienen conmigo a mí boda.
Si yo hubiera llegado a mi boda en Turquía solo con mi madre de la mano, hubiera sido igualmente e inmensamente feliz. Sé que algunas circunstancias así debe ser y que, cuando la distancia es un océano, la ausencia física no se traduce en ausencia espiritual.
Pero no puedo evitar agradecerle a todos aquellos que vienen, a amigos y primos y hermanos. Agradecer que vayan a surcar cielo, mar y tierra, con vuelos lowcost y maletitas diminutas, con vuelos de escalas lustricas y conexiones maratónicas que cruzan el Bósforo en menos de 5 horas, agradecer a los que tienen boletos comprados aún esperando visas, a los que sacrificarán sus vacaciones del año y a los que se jugarán el trabajo (o los stages) para hacer de mí, ya no la novia solitaria, sino la feliz novia mexicana, más acompañada de lo que jamás hubiera yo creído.
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Y sí, me imaginó nuestra entrada en la boda como al entrada de los asustadores en Monster Inc.