jueves, 17 de abril de 2014

Un monde


Hay otro mundo donde yo no me detenía a mirar el Panneau de la cité universitaire  y seguía de largo.
En ese mundo no te conocería, no sabría de la cercanía entre Kierkegaard y Rumi, ni sobre cómo la fenomenología se acerca al misticismo. En ese mundo había menos nostalgia y la Siria que se ve detrás era sólo eso. El país del otro lado del monte. La Maison du Maroc era tan sólo la puertita verde que daba a la avenida.
Simplificaciones más: significaciones menos. En ese mundo, yo no era yo. Era alguien que no te extrañaba.
Allí los sucesos se sucedían como tenía planeado. Aviones, con fechas extrañas, transbordes cansados, besos escondidos, pesadumbre. Allí tampoco tienes que ignorarme, ni temerme. Allí no hay tazas naranjas para el té, sino mil y un boîtes à confiture.

***

Hay un monde donde no me fui de París.

Hay un mundo donde yo no tenía razón para irme.

Y me quedaba a tu lado, para terminar odiándonos, en un mes o dos, como hubieramos hecho, lo sé, de haberme quedado en este mundo en el que vivimos.

Colecciono, sin embargo, los recuerdos posibles de ese otro mundo. Mis manos deslizándose por el borde de tu pantalón para que tu hicieras algún gemido sordo, grave, cobrizo. Mil y un desayunos de helva con hebras de queso salado. Mil y un días terminándose a las tres de la mañana. Mil y un conexiones más, de filósofos desconocidos. Cinco o seis palabras más en arabe, y voilà, c'est fini. A ese mundo, tendría más bien que llamarlo primavera; de esas que se acaban al final de mayo.



***

Hay un mundo donde yo no podía amar.
En ese mundo, no tenía que apretujarme el corazón con el puño de la mano. La historia sería otra, sería quizás la historia que toda mujer sin amor quisiera.

Allí no tomaría aviones ni cambiaría relojes de horario (al menos no tan seguido), allí sería esa que yo quería ser hace diez años.

Allí viviría menos, sufrirìa menos, sabría menos del dolor del mundo y estaría contenta.

En ese mundo, desde una pequeña oficina en alguna torre, escribiría, anhelante, la historia de una mujer que contestó un mail a alguien del otro lado del mundo y luego tomó un avión para jamás volver a casa. Y al terminar de escribir, annhelaría ser yo la de la historia.


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También está ese mundo, en el que vivimos, y estamos, y del que no hay otro.
Aquí el tiempo es un monstruo que nos lleva en el lomo.

martes, 15 de abril de 2014

Bandera pirata

Con trabajo amarre la bandera pirata a la rejilla blanca del balcón de un cuarto (¿cuarto, tercer, quinto piso?) de la Maison du Maroc. Le dije: -J’ai mis ton drapeau, donc, nous sommes de pirates maintenant-.
Pero fuimos piratas dos segundos. Con su voz de agua, de palangana de madera que deja caer el agua, con su voz color palo de pino, Naim me dijo que la bandera pirata le daba mala suerte, dijo algo como “non, non, s’il te plait, tu peux l’enveler”. 
Y entonces, tuve miedo que la bandera nos diera mala suerte, que le diera mala suerte a él, y la quite y la deje colgando. Así, como estaba antes de que yo llegara.

Fuimos piratas dos segundos, y con eso nos basto para tener la mala suerte del tesoro pérdido.

Pero él, él fue pirata antes: con quién y cómo, no lo sé, no sé por qué la bandera le provocó mala suerte, tanta que él mismo supiera que en la mar de cosas desperdigadas por el piso de su cuarto era la bandera la que traia el malheur.

La oveja perdida

La parábola del hijo pródigo en la biblia... Una mentira. Una mentira toda.
No es cierto que el otro hijo se muriera de envidia y le recriminará al padre por el regreso del otro. El profeta nos mintió para forzar la enseñanza (es normal, todo maestro lo hace).

Lo que paso fue otra cosa; lo que no nos fue contado fue la parábola del que permaneció. Del que cuidó el rebaño, y lavó los pies del padre, deséando haber sido él quien partiera; tan sólo porque él habría regresado más rápido. Lo que no nos fue dicho fue como el llanto del hermano que permaneció se le atoraba callado, en las noches, al ver la cama de al lado vacìa.

Quien escribió la parábola del hijo pródigo no tenía hermanos: no sabía que no hay nada más dulce que ver regresar un cacho de tu infancia al portal de la casa: abrazar un hermano es abrazar la infancia misma, sostener con las palmas de las manos el sabor de un osito de goma de limón o una cuchara de cajeta. Es un hermano es la única prueba de que nacimos.

Y es tan doloroso ver a tu hermano perderse; más aún, ahora, que ya no nos perdemos en supermercados con globos amarrados a la mano, sino en grandes calles, amplias, en tiendas con cerámica blanca en el piso, ahora que nos perdemos porque queremos perdernos...

Yo te haría un banquete, hermano, mataría con mis manos al cabrito más robusto y hundiría los dedos en él para limpiarlo. Yo te haría un banquete, hermana, si vuelves, sería yo quién me quebraría de alegría en nuestra propia versión de la hija pródiga.

lunes, 14 de abril de 2014

La voz de papá

Guarde la grabadora como mi bien más preciado durante los últimos años. La lleve de México a Turquía, de Turquía a Inglaterra, de regreso a México y luego a París, haciendo un tour del mundo inentendible. La prendí escasaz dos veces; la primera con pánico pensando que tras años de no prenderla toda la información habría desaparecido cosa que pude constatar falsa, y la segunda, con más calma,  en este viaje a París. Un día, al lado del trabajo, fui y compré dos baterías AA para la grabadora. Días más tarde la prendí en casa pra comprobar que la información seguía.
La grabadora es valiosa porque tiene una grabación de la voz de mi padre un día que me quede a dormir con él en el hospital. Su voz no es su voz. Su voz suena cansada, agobiada, triste. Yo me pregunto porque nadie lo grabo después.
Su voz no es su voz y lo sé, su voz es otra que resuena atornillada en mi cabeza mezclada con un sentimiento de sabiduría y de grandeza y de paternidad, y sin embargo atesoró la grabadora como si fuera una pieza de arqueología.
Soy una urraca de mi propia memoria.
Atesoró aquí y allá momentos, algunos grandes y sublimes como la voz de mi padre, otros nimios, efímeros,  como la imagen fija de un cuarto desordenado, que visite tan sólo una vez.


sábado, 12 de abril de 2014

Textos sin valor literario I

Tampoco es que el tiempo corra más lento. La casa es más grande, hay más aire limpio y el viento nos trae polvo de todos los rincones.

Del otro lado de la montaña está Siria, que tiene un nuevo nombre y una nueva cara para mí, pero no importa, igual es Siria con toda su enigmática carga de ser eso que se teme y que se añora, de ser eso que duele y que se hermana con mi propio país por la tristísima cadena de la destrucción humana.

Cuando vengo a Turquía no sé en que día vivo. No sé si es viernes o lunes y los domingos me sorprenden sólo porque él se queda a mí lado. Tarde en comprender que lo tercer mundista no tiene que ver (ahora) con la infrastructura, con la antiguedad de los camiones o con la cantidad de líneas del metro de una ciudad, sino más bien con la vida que se le ofrece a la gente. Yo, aquí, a mis 27 años y cargándome a cuestas 4 idiomas,y tres universidades y tantos diplomas, tengo la misma oportunidad laboral que alguien que tenga, literalmente, nada (o quizás algo, algo no tan nada). A veces la nada es mejor que algo. A veces sí, a veces me doy pena por no haber seguido un camino más recto. Y luego se me quita la pena, no puedo negarlo, pero de qué me da me da.

El camino se ha retorcido tanto que no puedo ser de esas que se presentan y dicen: "Hola, me llamo así y hago esto" y presentarse con una tarjeta de presentación simple, de esas blancas que sólo tienen el nombre en el frente y una dirección  y un teléfono. 

jueves, 10 de abril de 2014

A veces me despierto sin ánimo, es más, de hecho últimamente me despierto sin ánimo: me despierto como si tuviera 16 años y tuviera todo el tiempo del mundo frente a mí.

No es que tenga más tiempo ahora o menos... siempre he tenido el mismo tiempo del mundo.
Desde el inicio, el monstruo del tiempo sabe ya cuánto me dejará montarle el lomo.

Soy sólo yo que siento que ya he usado minutos más.

Me levanto, uso FB, limpio los platitos del desayuno, balbuceo alguna conversación nimia en turco con la madre de mi novio, le corto las uñas al gato. Escribo. Escucho el canto del muecín. Estudio las declinaciones del turco.

Escribir es lo único útil que hago, y ya aceptamos que la literatura no sirve para ninguna cosa.


miércoles, 9 de abril de 2014

(pequeña reflexión para mí misma sobre hace cuánto que no escribía poesía)

He vuelto a escribir poesía y se lo debo todo a Siria. No puedo creer cuántos años había pasado  sin escribir poesía. Años.
No recuerdo bien (con qué facilidad se olvida). Si me lo dijo en la cocina de la casa de Marruecos... o afuera de la casa de México, pero me dijo, palabras más palabras menos y obviamente en hermoso francés: -Antes escribía, antes escribía mucha poesía pero luego dejé de escribir porque tenía que ser serio, tenía que hacer cosas serias y crecer y hacer cosas de adulto-

Entonces me ví como en un espejo.

Algo se desbloqueo dentro de mí, y en cuanto estuve sola volví a escribir poesía.
Yo no quiero crecer ni hacer cosas serias, ojalá que Siria tampoco lo haga, o a menos, que seamos una suerte de Peter Pan de media noche, que descrezca cuando sea necesario, o cuando los poemas se nos quieran salir de las puntas de los dedos.