lunes, 14 de abril de 2014

La voz de papá

Guarde la grabadora como mi bien más preciado durante los últimos años. La lleve de México a Turquía, de Turquía a Inglaterra, de regreso a México y luego a París, haciendo un tour del mundo inentendible. La prendí escasaz dos veces; la primera con pánico pensando que tras años de no prenderla toda la información habría desaparecido cosa que pude constatar falsa, y la segunda, con más calma,  en este viaje a París. Un día, al lado del trabajo, fui y compré dos baterías AA para la grabadora. Días más tarde la prendí en casa pra comprobar que la información seguía.
La grabadora es valiosa porque tiene una grabación de la voz de mi padre un día que me quede a dormir con él en el hospital. Su voz no es su voz. Su voz suena cansada, agobiada, triste. Yo me pregunto porque nadie lo grabo después.
Su voz no es su voz y lo sé, su voz es otra que resuena atornillada en mi cabeza mezclada con un sentimiento de sabiduría y de grandeza y de paternidad, y sin embargo atesoró la grabadora como si fuera una pieza de arqueología.
Soy una urraca de mi propia memoria.
Atesoró aquí y allá momentos, algunos grandes y sublimes como la voz de mi padre, otros nimios, efímeros,  como la imagen fija de un cuarto desordenado, que visite tan sólo una vez.


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