sábado, 12 de abril de 2014

Textos sin valor literario I

Tampoco es que el tiempo corra más lento. La casa es más grande, hay más aire limpio y el viento nos trae polvo de todos los rincones.

Del otro lado de la montaña está Siria, que tiene un nuevo nombre y una nueva cara para mí, pero no importa, igual es Siria con toda su enigmática carga de ser eso que se teme y que se añora, de ser eso que duele y que se hermana con mi propio país por la tristísima cadena de la destrucción humana.

Cuando vengo a Turquía no sé en que día vivo. No sé si es viernes o lunes y los domingos me sorprenden sólo porque él se queda a mí lado. Tarde en comprender que lo tercer mundista no tiene que ver (ahora) con la infrastructura, con la antiguedad de los camiones o con la cantidad de líneas del metro de una ciudad, sino más bien con la vida que se le ofrece a la gente. Yo, aquí, a mis 27 años y cargándome a cuestas 4 idiomas,y tres universidades y tantos diplomas, tengo la misma oportunidad laboral que alguien que tenga, literalmente, nada (o quizás algo, algo no tan nada). A veces la nada es mejor que algo. A veces sí, a veces me doy pena por no haber seguido un camino más recto. Y luego se me quita la pena, no puedo negarlo, pero de qué me da me da.

El camino se ha retorcido tanto que no puedo ser de esas que se presentan y dicen: "Hola, me llamo así y hago esto" y presentarse con una tarjeta de presentación simple, de esas blancas que sólo tienen el nombre en el frente y una dirección  y un teléfono. 

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