martes, 8 de abril de 2014

Así,

El mundo perdona todo, padre,

se perdona la riqueza

 y la ignorancia

(en especial la ignorancia que permite al rico)

y la pobreza

(que enriquece al rico aún más

o  por contraste).

Se perdona incluso al diferente

 que nos permite ser tolerantes

y magnánimos.

Lo que no se perdona,

padre mío,

es ser demasiado sabio.

Lo que no se perdona

es saber cuándo y dónde

quitarse el sombrero

para estrujarlo entre las manos

con asombro.

Por eso, a tí, padre,

el mundo no te perdonó

tu grandeza

de sabio

caminando

con la cacucha en mano

y la nuca quemándose al sol.

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