miércoles, 9 de abril de 2014

Muecín

El muezín le canta a sus muertos,

padre,

así como te canto yo ahora.

En esta ciudad,

donde alguna vez

Pablo arrastró las sandalias,

los musulmanes le cantan a sus muertos

desde el alto del alminar.

El canto que se cuela por la ventana de la cocina,

me dice que alguien,

en algún lugar cercano,

a muerto.

Quizás en el edificio de enfrente,

quizás un padre,

¿otro padre?

(No. No hay otro que tú,

padre mío).


Desayunamos con el lamento del muerto,

y a todos se nos aprieta el corazón,

de miedo de saber que un día

el muecín cantará a uno de los nuestros

y a todos se nos abre el corazón

de saber

que cuando eso pase

no lloraremos en silencio

apretados contra la pared

de azulejos fríos de una funeraria,

lloraremos en lo alto del minaret

y llorará el muecín con nosotros

y con él la ciudad

y lloraremos todos,

aunque sea un instante

entre el chai del desayuno.


Así debí de haberte cantado yo

padre,

cuando moriste

subir a lo más alto de una torre

y cantarte

tan alto

tan recio

que todos supieran que moriste.

Que todas las ventanas de todas las cosas

colarán mi tristeza entre sus vidrios. 

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