domingo, 23 de noviembre de 2014

Adoptar un extranjero

Hoy, mientras caminaba el pequeño callejón que da de mi casa hacia la avenida central, pensé en mi extranjeridad. Pensé que los emigrantes extranjeros somos como niños que necesitan ser adoptados.
Normalmente los extranjeros emigrantes nos adoptamos los unos a los otros. Y allí están mexicanos adoptando colombianos, argentinos adoptando mexicanos, ingleses adoptando afganos...Porque los extranjeros que recién llegamos a un país a residir por más de unos meses, somos los solitarios; formamos parte de  ese extraño fenómeno de los desarraigados; los que perdimos el arraigo y no tenemos a donde asirnos; no hay tíos y abuelos para desayunar los domingos, no hay amigas para el cafecito de la tarde, no hay conocidos por conocer un poco más, no hay colegas ni compañeros de estudios: no hay nada del background que normalmente construye a una persona. Porque como persona somos nosotros mismos, individuos hechos pero somos también esa delicada y transparente red de quienes nos rodean; nuestra familia, nuestros amigos, las personas que han pasado en nuestra historia. A veces tienes suerte y llegas a vivir a un país de la mano del amor y eso ayuda porque te adopta un poco la familia de tu pareja. A veces tienes suerte y eres estudiante y caes en un ambiente que te acoge. A veces no tienes suerte y aunque seas estudiante o casada caes en un pueblo donde simplemente hay puras vacas... A veces no puedes ni hablar el idioma y tu propia boca se convierte en cajita de cristal con cerradura.
El inmigrante es, sin embargo, inmensamente libre e inmensamente solitario. Cuando te mueves a otro país a vivir no sólo tienes la oportunidad de reinventarte todo; de empezarte de cero, sino que también tienes que reconstruirte: es el momento indicado para cambiar de peinado y de ideas sin que nadie diga "qué le paso a tu cabello... o a tu cabeza".
Cuando tienes suerte el ambiente es propicio para reconstruirte y la gente también: por ejemplo, donde todos somos  extranjeros nos reconstruimos los unos a los otros, nos apoyamos y nos contamos nuestros nuevos cuentos de grandeza... pero qué soledad hay siempre en nuestros gettos de inmigrantes, que isolación del verdadero país, de su gente y sus costumbres .

Claro, porque una cosa era construir nuestro pequeño nuevo background y otra era incluirnos en la nueva realidad del país al que llegamos. Y como no tenemos derecho de irrumpir en los "nativos" e obligarlos a amarnos, a mostrarnos la ciudad e incluirnos en su background (existente y fuertemente tejido, en sus casos), entonces tímidamente nos asomamos por las ventanas a la realidad social como niños en hospicio. Así que los nacionales, las más amables y las menos hostiles, pasan a nuestro alrededor sonriendo, haciendo algunas preguntas amables y luego siguiendo sus vidas, sin pensar cuánto y cómo sufre quien quiere ser adoptado...

Mis amigos adoptados saben de lo que hablo: un día te encuentras a un nativo del país que te adopta. Alguien de corazón infinito que comprende que eres un desarraigado y que en tu emigración perdiste más que un país y un piso: quizás alguien que también haya vivido en otro país, o que comprenda las viscitudes de las culturas y los idiomas. Ese nativo te hará un hoyito regular en su agenda, te corregirá tus malas pronunciaciones, te enseñara, como quien abre una cajita de luz frente a un niño, los bemoles de su propia cultura. Y esa alma nativa que te adopta como un amigo real en la vida real te ancla por fin al nuevo país donde vives. Por supuesto que tus otros amigos extranjeros seguirán siendo importantes; serán quizás más íntimos, más cercanos porque también sabran la desazón que vives como emigrante pero ese amigo nativo  será quién te arraige de nuevo a una nueva tierra.
Así que, si ven a un extranjero que necesite ser adoptado, si tienes espacio en el corazón y en la agenda; háganos la buena obra, que nosotros, los extranjeros, seguimos asomando la cabecita por el horfelinato.

miércoles, 13 de agosto de 2014

Y Sócrates estaba casado...o de sí, los filósofos también nos casamos

Eros y Psique  de Bouguereau

Sentada frente a mí, Paulina me escuchaba atenta. Sus ojos no me veían porque veían en realidad mis palabras, desmenuzándolas, analizándolas y reordenándolas para sacarles una significación más profunda, esa significación que yo no podía o no me atrevía encontrar. Hablar con ella era la mejor manera de conocerme, porque cuando se habla con alguien a quien no se le esconden nada, termina uno confesándose secretos a sí mismo. 

- Es que yo siento que los filósofos no se casan- le dije para comenzar con mi explicación profunda sobre el por qué mi pobre personalidad, ya de por sí compleja en sí misma, se debatía entre la felicidad de saber que iba a casarme con el hombre que amo, con ese con quien tan larga batalla hemos librado por estar juntos, y la negación vergonzosa de haber aceptado el ideal burgués del matrimonio. 

Que si casarse es de burgueses, de capitalistas, de aquellos que siguen el contrato social, y deja eso: casarse era una alta traición a mi feminismo filosófico de mujer liberada que sabe latín... (bueno, no latín pero sí griego). Le enumeré a Paulina todo mi malentendido feminismo juvenil: que el dominio, que la empoderación y la liberación, que sí lo que los mantiene juntos es el mero contrato... 

Que una filósofa emancipada no debería casarse jamás: que hasta daba vergüenza en el medio alto, cultivado, intelectual decir: "Estoy casada"... 

La calma de Paulina me azoraba. Sentía que, como en los sabios zen, su calma guardaba una enseñanza... y como ella misma me contó aquel cuento en el que un sabio zen le suelta un golpazo en la cabeza a su estudiante, pues nomás esperaba el catorrazo. Palabras más palabras menos, Paulina me contestó apasionada;

-Cuánto daño hace el absolutismo moral. Cuánto daño hizo que hubiera un sólo modelo familiar, un sólo esquema... Y tanto absolutismo moral hay en el que se casa porque así debe de ser, por todo lo que quieras, por burgués, por seguir el esquema social, como en el que no se casa porque no debe de casarse. No te cases con una postura; no te cases con el "no casarte". No te encierres en un prejuicio de tu propia identidad; lo que hace al filósofo libre es su capacidad de reflexionar de manera original y tomar sus decisiones  ¿te has apropiado y reflexionado de tu propia situación? ¿has creado tú tu propio sistema de valores? ¿Y tú sistema de valores dice lo mismo del matrimonio que "el de toda la gente"?-  Y el catorrazo vino al final, como debía: -¿Qué te trae el matrimonio? ¿Qué pedazo de tu felicidad se construye con qué acto? Con lo que no puedes casarte es con la idea de qué es filósofo, con un prejuicio de lo que es ser una mujer emancipada, con eso si no te cases... No te cases con el "no".-

Salí de casa de Paulina con el alma sacudida, desempolvada y ligera, como a un espíritu al que le han exorcizado y tiene permiso de dejar, de una vez por todas, la casa embrujada, de partir: requiescat in pace para mi alma intelectual. Admiro a los filósofos de gran cátedra pero más admiro a los que saben tejer esa gran cátedra con los problemas mundanos, íntimos, como el de casarse.

Y sí, los filósofos nos casamos porque nos casamos con el sí, de sí hay que intentarlo, sí hay que cambiar de opinión, sí hay que llegar hasta las últimas consecuencias, y sí, hay que seguir el corazón aún en contra de uno mismo. 

Y luego pensé que la madre de Sócrates era partera... y que de allí la mayéutica. Y sí, cuando los filósofos nos casamos es porque encontramos a alguien que nos ayuda "a parir" la propia alma. 

martes, 12 de agosto de 2014

La novia solitaria


Escribo esto para mí, y para toda aquella que un día se ponga, por error o por gusto, mis mismos zapatos: los de enamorarse de un desconocido, del otro lado del mundo, y obstinarse en ello, hasta un día cerrarle las manos entre las manos propias. Escribo para mí, en un momento en que necesito escribirme. 

***

Yo era la novia solitaria. 
Yo era esa chica que apareció un día, con una maleta de Pac-man en el aeropuerto Sabiha Gökçen y que muerta de nervios se escondía entre las puertas deslizables de la sala donde se recogía el equipaje; sin saber que él estaba detrás mío, observándome. 

El día justo antes de tomar el avión que me llevaría de Alemania a Estambul, mi prima Kristin, (ella con sus lentes rojos y su voz dulce de piloncillo, de chocolate con piloncillo) habló conmigo. Hasta ese día, ella sabía ciertamente más de turcos que yo y sentadas en la mesa, me tomó de las manos y me dijo: -Hazle saber a la familia de él que tu familia te quiere mucho, que te queremos mucho pero que no podemos acompañarte ahora- era un momento de nuestra relación en la que apenas estábamos conociéndonos y yo aprovechaba cualquier oportunidad para ir a Turquía a verlo- que no eres una novia solitaria, sino que tu familia está muy lejos por ahora, pero que te queremos y te apoyamos mucho. Para los turcos la familia es muy importante-

Y sí, cuánta razón tenía mi prima Kristin; la familia de Volkan jugó un papel sustancial en nuestra relación durante estos cuatro años.Ellos, aunque siempre han sido amabilísimos conmigo, se opusieron por un período a nuestra relación: que si yo no era musulmana, que si yo no era turca, que cómo íbamos a educar a los niños, que si ellos conocían casos de alemanas que se casaron con turcos y se divorciaron. Volkan se aferró, con buenos y malos métodos, hasta que ellos finalmente aceptaron con gusto nuestro compromiso pero sobre todo nuestro amor. 

***

Me preguntaban de mi familia, de mi padre, de mis hermanos, de si las chicas en las fotos que les enseñaba eran mis familiares. Me preguntaron si yo siempre iba a venir a Turquía sola. Me preguntaron cuándo iban a conocer a mi mamá. 

Aparecía y desaparecía intermitente, cada tres meses, cada seis. Jalando sola mis maletas pintadas de colores, y yéndome en múltiples aeropuertos. 
Llegué sola a Estambul, a Konya, a Ankara... A Hatay, al lado de Siria. Siguiéndole el rastro al amor: al amor más difícil pero más luminoso que me he encontrado en la vida. 

Sola camine por Ankara y sola me subí al mausoleo, sola me junte con los otros solitarios de Estambul, como Claire, mi amiga de Taiwan o como Nyaa, esa silenciosa chica de Sudán.  Él, trabajando con horarios de oficina, hacía de tripas corazón para dedicarme todas las tardes, pero yo aprendí a disfrutar la soledad como un paletín de ázucar. 
Sola me pase las tardes en Hatay, abrazando al gato y viendo las montañas que sabía yo, separaban a Turquía de Siria y a la calma del dolor. 

Y así nos llevamos casi cuatro años. 

***

La soledad era mía, pero ellos me la aderezaban con miel, con higos, nueces, laminillas de pan. 
La mamá de Volkan se volvió no sólo mi futura suegra sino mi amiga. Cuando me dieron la beca para Estudiar en Estambul, ella se volvió mi gran maestra de turco. A veces con bromas, a veces en serio, me corregía la pronunciación y las expresiones. Yo no aprendía en la universidad ni la mitad de lo que aprendía con ella cuando tiernamente arrastraba las palabras para que yo me aprendiera las recetas de la yayla corbasi o las instrucciones para hacer aşure. La madre de Volkan se volvió mi madre y me partió la soledad, pero yo sabía que un resquicio de mi seguiría aislado mientras no pudiera compartirles mi mundo y dejarles ver, como a Santo Tomás, que yo no era la novia solitaria. 

***

Hoy acabé el planning para mi boda en Turquía, y envié el último mail con la información para las reservaciones.
Hoy deje de sentirme como la novia solitaria y soy la novia feliz (también la novia en banca rota, la novia estresada y otras tantas) pero mayormente la novia feliz. 

A mi mail me llegaron veintiún confirmaciones de boletos de avión: idas y vueltas en multitud de días y horas distintas. Las primeras, las de Jairo y Catalina, fueron como esas gotitas que al caer al agua se extienden en muchos aros y su repercusión alcanza el borde de la laguna.  Luego vino el mail de Malena que viene a mi boda pese a que se va a regresar a París a las 6.00 de la mañana en domingo. Mi familia de Alemania, incluyendo a la sabia Kristin, me enviaron por mails sus boletos, que enlazan Alemania hasta Konya. 
Los otros poco a poco cayeron. Incluyendo (ábrase aquí un hato de luz divino cual iglesia) el boleto de Gabriela, financiado por la presión y generosidad familiar (ambas). Me hice experta en ayudar a hacer reservaciones y hasta la última semana de julio, Lorena me sorprendió con un "y cómo me iba a perder eso, che"... 
Llené hoteles con reservaciones, hice mal algunas y Volkan se tuvo que pelear con varios recepcionistas turcos, pero al final juntamos un comité seguro de un montón de personas que vienen conmigo a mí boda. 
Si yo hubiera llegado a mi boda en Turquía solo con mi madre de la mano, hubiera sido igualmente e inmensamente feliz. Sé que algunas circunstancias así debe ser y que, cuando la distancia es un océano, la ausencia física no se traduce en ausencia espiritual. 

Pero no puedo evitar agradecerle a todos aquellos que vienen, a amigos y primos y hermanos. Agradecer que vayan a surcar cielo, mar y tierra, con vuelos lowcost y maletitas diminutas, con vuelos de escalas lustricas y conexiones maratónicas que cruzan el Bósforo en menos de 5 horas, agradecer a los que tienen boletos comprados aún esperando visas, a los que sacrificarán sus vacaciones del año y a los que se jugarán el trabajo (o los stages) para hacer de mí, ya no la novia solitaria, sino la feliz novia mexicana, más acompañada de lo que jamás hubiera yo creído. 





***
Y sí, me imaginó nuestra entrada en la boda como al entrada de los asustadores en Monster Inc.


martes, 29 de julio de 2014

Lepra

Somos la generación de la lepra



Somos la generación del gigante derruido

desmoronado

Inmenso que nadaba

en el agua cristalina

sin darse cuenta que poco a poco

se desmenuzaba

y las manos, las anchas espaldas,

los ombligos

flotaban por si solos

hacia la boca del río


Somos la generación del gigante

que al salir del agua

no sé dio cuenta que le faltaban las manos

los dedos

los ojos


Lo que llegó a la orilla

a secarse con el sol

fue tan sólo el amasijo de carne más interno

el estomago hipócrita

el insensato intestino

porque la piel se desmenuzo toda en el agua

Unos trozos

de epidermis

se quedaron

en pequeñas escuelas

de a 30 pesos la hora

y otros se fueron a meserear

en la frontera

y a escribir en servilletas

hermosos panfletos políticos


Algunas orejas

se atascaron en la tablaroca

de las oficinas

Ágiles y tibios

varios dedos

se perdieron en escuelitas rurales


en casas de henequén tejido.


Otros somos simplemente

los ojos

que decidieron ahogarse

en el agua

turquesa

de la juventud

no ver nunca más allá

y regocijarse

con bibliotecas que no saben de salarios

ni de préstamos

Ojos que se engañan

con la luminosidad de trabajos pagados por hora

y tardes vacías


Otros más, somos los labios

que flotando

cruzaron el charco

y se volvieron

lentamente

los sumos de arena

de otra costa.


Somos la generación del gigante

que mientras se bañaba en el agua

no vio a la lepra lamerle el lomo.


Y lo que llegó a la playa,

a secarse bajo el sol

fue tan sólo un amasijo de carne

informe.

domingo, 11 de mayo de 2014

Naim (o Geografía de los chasquidos)


Me preguntaste si en Turquía no hacían así
Si no chasqueaban la boca para decir que no
Como tú lo hacías ahora conmigo.

Quizás tu pregunta era inocente
Quizás querías de verdad saber
Qué había aprendido yo
Cuando pise una tierra
tan cercana a la tuya

Pero no

Tu pregunta
Era
En realidad
tu manera de recordarme
Que nuestros caminos se habían bifurcado
Mucho antes de siquiera
De saludarnos por primera vez
En Boulevard Jourdan.

***


Todo país que chasquee la lengua para decir que “no” es tierra de dátiles y olivos.
Todo país que chasquee la lengua para decir que “no” es tierra de hombres callados y soñadores, que hablan sin abrir la boca; que niegan sin negar de veras.


Lunares

Te mentí
El lunar de mi boca no tenía nombre alguno
Te dije que se llama Janik por una suerte de lealtad…
a mí misma
 a otros…

(En turco, lunar se dice “yo”

“Hay un yo en mí”,
Dices entonces)

Pero ese lunar tendría
Que llamarse “Padre”
Por todas las veces
En las que mi padre
Le cantó

“ese lunar que tienes…
Cielito  lindo
Junto a la boca…”


Si pudiera
Rebobinar el tiempo

(como un casete con un lápiz
como hacía de niña)

Te pediría
Fueras  tú quien le diera nombre
Para que al sacar la lengua
para mojarme los labios

Te recordara un poco. 

jueves, 24 de abril de 2014

Poetas

Existen los que se quedan adentro.

Tampoco es difícil,

es cuestión de mucha paciencia

de jalarle el humo a los cigarrillos

hasta el fondo

para que aparezca el rojo del fuego

que pa'pronto se convierte en ceniza.


Los que nos fuimos

somos los traidores,

los envidiados,

acaso,

que se llenaron

los ojos de mundo.

Los olvidados también,

los desconocidos

que no esperaron su turno.




viernes, 18 de abril de 2014

No sé nos acabó el amor, se nos acabó la paciencia, que es casi lo mismo...
Tampoco sé porque se nos acabó el amor, amor mío,

Quizás nuestro amor era,

como esa arena que uno aprieta en el puño

para acarrear de un lado a otro de la playa.

Si lo haces rápido,

la arena se mezclará con toda la mar

y sentirás toda su grandeza.

Si  tardas demasiado,

al contrario,

llegas a la meta

con las palmas vacías.


La bella Rusia


La Rusia de los bellos cielos. 

Fuí hasta el borde del mundo, 


de nuestro mundo imaginable, 

y me quede allí unos meses, 

a vagar entre los locos

que viajan al borde del mundo. 

***


Los cielos 

más rojos, 

más terribles, 

más dolientes, 

aquellos que abrían, 

bárbaros la boca, 

aquellos que en lugar de boca

tenían mil y un ojos rojos

aquellos que duraban horas

cayendo

mezclandose

hasta perder toda su grandeza

y ser interminablemente sobrios

como copas vacías.

Los  de  Rusia. 



jueves, 17 de abril de 2014

Pastèque II






Nunca veré una sandía bañada en el agua de una fuente. La soñaré acaso, la soñaré mil y un veces y en cada sueño me comeré un pedazo.









Pastèque


Aprendí la palabra "Pastèque" un día de marzo del 2013 entre el 15 y el 30 de Marzo. La aprendí con la pura imaginación, al escuchar a un hombre rubio describir, deliciosamente, un pedazo de su infancia; de una infancia común y compartida con cada uno de sus compatriotas, de una infancia que se vuelve más dulce, más roja, a cada día más que avanza la guerra. 


Nunca veré una sandía  enfríandose en el centro de 
una fuente tallada en piedra.

Y eso, señores, es triste. 





J.Rojas

Engaño

Te hubiera agradecido lo dijeras.

Que a tí también te esperaba alguien.

No me hubiera replegado,

amor de un día,

te hubiera abrazo,

aún más complice.



Hubieramos sido

amantes más perfectos

sabiendo que

sinceros frente a frente

a alguien más

ambos mentíamos.


El ezan

El ezan de la madrugada le daba miedo cuando tenía cinco años, me confesó él.

Imaginé un cuarto profundamente azul.

Lo imaginé a él, con el rostro que tendrá alguno de mis hijos, con las púpilas abiertas y luminosas como hatos de luz. Imagine su miedo y su rostro suave.



Afuera Polifemo canta. Afuera canta el gigante de dios, y en el hogar, el niño que aún no tengo teme.


Un monde


Hay otro mundo donde yo no me detenía a mirar el Panneau de la cité universitaire  y seguía de largo.
En ese mundo no te conocería, no sabría de la cercanía entre Kierkegaard y Rumi, ni sobre cómo la fenomenología se acerca al misticismo. En ese mundo había menos nostalgia y la Siria que se ve detrás era sólo eso. El país del otro lado del monte. La Maison du Maroc era tan sólo la puertita verde que daba a la avenida.
Simplificaciones más: significaciones menos. En ese mundo, yo no era yo. Era alguien que no te extrañaba.
Allí los sucesos se sucedían como tenía planeado. Aviones, con fechas extrañas, transbordes cansados, besos escondidos, pesadumbre. Allí tampoco tienes que ignorarme, ni temerme. Allí no hay tazas naranjas para el té, sino mil y un boîtes à confiture.

***

Hay un monde donde no me fui de París.

Hay un mundo donde yo no tenía razón para irme.

Y me quedaba a tu lado, para terminar odiándonos, en un mes o dos, como hubieramos hecho, lo sé, de haberme quedado en este mundo en el que vivimos.

Colecciono, sin embargo, los recuerdos posibles de ese otro mundo. Mis manos deslizándose por el borde de tu pantalón para que tu hicieras algún gemido sordo, grave, cobrizo. Mil y un desayunos de helva con hebras de queso salado. Mil y un días terminándose a las tres de la mañana. Mil y un conexiones más, de filósofos desconocidos. Cinco o seis palabras más en arabe, y voilà, c'est fini. A ese mundo, tendría más bien que llamarlo primavera; de esas que se acaban al final de mayo.



***

Hay un mundo donde yo no podía amar.
En ese mundo, no tenía que apretujarme el corazón con el puño de la mano. La historia sería otra, sería quizás la historia que toda mujer sin amor quisiera.

Allí no tomaría aviones ni cambiaría relojes de horario (al menos no tan seguido), allí sería esa que yo quería ser hace diez años.

Allí viviría menos, sufrirìa menos, sabría menos del dolor del mundo y estaría contenta.

En ese mundo, desde una pequeña oficina en alguna torre, escribiría, anhelante, la historia de una mujer que contestó un mail a alguien del otro lado del mundo y luego tomó un avión para jamás volver a casa. Y al terminar de escribir, annhelaría ser yo la de la historia.


***

También está ese mundo, en el que vivimos, y estamos, y del que no hay otro.
Aquí el tiempo es un monstruo que nos lleva en el lomo.

martes, 15 de abril de 2014

Bandera pirata

Con trabajo amarre la bandera pirata a la rejilla blanca del balcón de un cuarto (¿cuarto, tercer, quinto piso?) de la Maison du Maroc. Le dije: -J’ai mis ton drapeau, donc, nous sommes de pirates maintenant-.
Pero fuimos piratas dos segundos. Con su voz de agua, de palangana de madera que deja caer el agua, con su voz color palo de pino, Naim me dijo que la bandera pirata le daba mala suerte, dijo algo como “non, non, s’il te plait, tu peux l’enveler”. 
Y entonces, tuve miedo que la bandera nos diera mala suerte, que le diera mala suerte a él, y la quite y la deje colgando. Así, como estaba antes de que yo llegara.

Fuimos piratas dos segundos, y con eso nos basto para tener la mala suerte del tesoro pérdido.

Pero él, él fue pirata antes: con quién y cómo, no lo sé, no sé por qué la bandera le provocó mala suerte, tanta que él mismo supiera que en la mar de cosas desperdigadas por el piso de su cuarto era la bandera la que traia el malheur.

La oveja perdida

La parábola del hijo pródigo en la biblia... Una mentira. Una mentira toda.
No es cierto que el otro hijo se muriera de envidia y le recriminará al padre por el regreso del otro. El profeta nos mintió para forzar la enseñanza (es normal, todo maestro lo hace).

Lo que paso fue otra cosa; lo que no nos fue contado fue la parábola del que permaneció. Del que cuidó el rebaño, y lavó los pies del padre, deséando haber sido él quien partiera; tan sólo porque él habría regresado más rápido. Lo que no nos fue dicho fue como el llanto del hermano que permaneció se le atoraba callado, en las noches, al ver la cama de al lado vacìa.

Quien escribió la parábola del hijo pródigo no tenía hermanos: no sabía que no hay nada más dulce que ver regresar un cacho de tu infancia al portal de la casa: abrazar un hermano es abrazar la infancia misma, sostener con las palmas de las manos el sabor de un osito de goma de limón o una cuchara de cajeta. Es un hermano es la única prueba de que nacimos.

Y es tan doloroso ver a tu hermano perderse; más aún, ahora, que ya no nos perdemos en supermercados con globos amarrados a la mano, sino en grandes calles, amplias, en tiendas con cerámica blanca en el piso, ahora que nos perdemos porque queremos perdernos...

Yo te haría un banquete, hermano, mataría con mis manos al cabrito más robusto y hundiría los dedos en él para limpiarlo. Yo te haría un banquete, hermana, si vuelves, sería yo quién me quebraría de alegría en nuestra propia versión de la hija pródiga.

lunes, 14 de abril de 2014

La voz de papá

Guarde la grabadora como mi bien más preciado durante los últimos años. La lleve de México a Turquía, de Turquía a Inglaterra, de regreso a México y luego a París, haciendo un tour del mundo inentendible. La prendí escasaz dos veces; la primera con pánico pensando que tras años de no prenderla toda la información habría desaparecido cosa que pude constatar falsa, y la segunda, con más calma,  en este viaje a París. Un día, al lado del trabajo, fui y compré dos baterías AA para la grabadora. Días más tarde la prendí en casa pra comprobar que la información seguía.
La grabadora es valiosa porque tiene una grabación de la voz de mi padre un día que me quede a dormir con él en el hospital. Su voz no es su voz. Su voz suena cansada, agobiada, triste. Yo me pregunto porque nadie lo grabo después.
Su voz no es su voz y lo sé, su voz es otra que resuena atornillada en mi cabeza mezclada con un sentimiento de sabiduría y de grandeza y de paternidad, y sin embargo atesoró la grabadora como si fuera una pieza de arqueología.
Soy una urraca de mi propia memoria.
Atesoró aquí y allá momentos, algunos grandes y sublimes como la voz de mi padre, otros nimios, efímeros,  como la imagen fija de un cuarto desordenado, que visite tan sólo una vez.


sábado, 12 de abril de 2014

Textos sin valor literario I

Tampoco es que el tiempo corra más lento. La casa es más grande, hay más aire limpio y el viento nos trae polvo de todos los rincones.

Del otro lado de la montaña está Siria, que tiene un nuevo nombre y una nueva cara para mí, pero no importa, igual es Siria con toda su enigmática carga de ser eso que se teme y que se añora, de ser eso que duele y que se hermana con mi propio país por la tristísima cadena de la destrucción humana.

Cuando vengo a Turquía no sé en que día vivo. No sé si es viernes o lunes y los domingos me sorprenden sólo porque él se queda a mí lado. Tarde en comprender que lo tercer mundista no tiene que ver (ahora) con la infrastructura, con la antiguedad de los camiones o con la cantidad de líneas del metro de una ciudad, sino más bien con la vida que se le ofrece a la gente. Yo, aquí, a mis 27 años y cargándome a cuestas 4 idiomas,y tres universidades y tantos diplomas, tengo la misma oportunidad laboral que alguien que tenga, literalmente, nada (o quizás algo, algo no tan nada). A veces la nada es mejor que algo. A veces sí, a veces me doy pena por no haber seguido un camino más recto. Y luego se me quita la pena, no puedo negarlo, pero de qué me da me da.

El camino se ha retorcido tanto que no puedo ser de esas que se presentan y dicen: "Hola, me llamo así y hago esto" y presentarse con una tarjeta de presentación simple, de esas blancas que sólo tienen el nombre en el frente y una dirección  y un teléfono. 

jueves, 10 de abril de 2014

A veces me despierto sin ánimo, es más, de hecho últimamente me despierto sin ánimo: me despierto como si tuviera 16 años y tuviera todo el tiempo del mundo frente a mí.

No es que tenga más tiempo ahora o menos... siempre he tenido el mismo tiempo del mundo.
Desde el inicio, el monstruo del tiempo sabe ya cuánto me dejará montarle el lomo.

Soy sólo yo que siento que ya he usado minutos más.

Me levanto, uso FB, limpio los platitos del desayuno, balbuceo alguna conversación nimia en turco con la madre de mi novio, le corto las uñas al gato. Escribo. Escucho el canto del muecín. Estudio las declinaciones del turco.

Escribir es lo único útil que hago, y ya aceptamos que la literatura no sirve para ninguna cosa.


miércoles, 9 de abril de 2014

(pequeña reflexión para mí misma sobre hace cuánto que no escribía poesía)

He vuelto a escribir poesía y se lo debo todo a Siria. No puedo creer cuántos años había pasado  sin escribir poesía. Años.
No recuerdo bien (con qué facilidad se olvida). Si me lo dijo en la cocina de la casa de Marruecos... o afuera de la casa de México, pero me dijo, palabras más palabras menos y obviamente en hermoso francés: -Antes escribía, antes escribía mucha poesía pero luego dejé de escribir porque tenía que ser serio, tenía que hacer cosas serias y crecer y hacer cosas de adulto-

Entonces me ví como en un espejo.

Algo se desbloqueo dentro de mí, y en cuanto estuve sola volví a escribir poesía.
Yo no quiero crecer ni hacer cosas serias, ojalá que Siria tampoco lo haga, o a menos, que seamos una suerte de Peter Pan de media noche, que descrezca cuando sea necesario, o cuando los poemas se nos quieran salir de las puntas de los dedos. 

Muecín

El muezín le canta a sus muertos,

padre,

así como te canto yo ahora.

En esta ciudad,

donde alguna vez

Pablo arrastró las sandalias,

los musulmanes le cantan a sus muertos

desde el alto del alminar.

El canto que se cuela por la ventana de la cocina,

me dice que alguien,

en algún lugar cercano,

a muerto.

Quizás en el edificio de enfrente,

quizás un padre,

¿otro padre?

(No. No hay otro que tú,

padre mío).


Desayunamos con el lamento del muerto,

y a todos se nos aprieta el corazón,

de miedo de saber que un día

el muecín cantará a uno de los nuestros

y a todos se nos abre el corazón

de saber

que cuando eso pase

no lloraremos en silencio

apretados contra la pared

de azulejos fríos de una funeraria,

lloraremos en lo alto del minaret

y llorará el muecín con nosotros

y con él la ciudad

y lloraremos todos,

aunque sea un instante

entre el chai del desayuno.


Así debí de haberte cantado yo

padre,

cuando moriste

subir a lo más alto de una torre

y cantarte

tan alto

tan recio

que todos supieran que moriste.

Que todas las ventanas de todas las cosas

colarán mi tristeza entre sus vidrios. 

Al-Buraq

El tiempo no nos hace.

Ni nosotros hacemos al tiempo.

Tampoco.

Sería como decir que creamos

a la hermosa flor que observamos

tan sólo con disfrutar

de su belleza.

El tiempo y nosotros

somos paralelos

Como a la línea del horizonte

lo son el cielo y la tierra.

El tiempo es

Al-Buraq

que nos lleva en el lomo. 

martes, 8 de abril de 2014

Así,

El mundo perdona todo, padre,

se perdona la riqueza

 y la ignorancia

(en especial la ignorancia que permite al rico)

y la pobreza

(que enriquece al rico aún más

o  por contraste).

Se perdona incluso al diferente

 que nos permite ser tolerantes

y magnánimos.

Lo que no se perdona,

padre mío,

es ser demasiado sabio.

Lo que no se perdona

es saber cuándo y dónde

quitarse el sombrero

para estrujarlo entre las manos

con asombro.

Por eso, a tí, padre,

el mundo no te perdonó

tu grandeza

de sabio

caminando

con la cacucha en mano

y la nuca quemándose al sol.

Cementerio

Me paseo al azar en blogs, perfiles de redes sociales, albumes fotógraficos.

Son cementerios.

Cementerios artificiales.

Para mí padre la muerte no estaba tan presente:

los lugares, las anécdotas, las palabras, se desvanecían con el tiempo

y perduraba sólo

lo que se grabara dentro del cráneo.


Yo puedo, sin embargo,

revisar un mensaje de amor

dejado por un amante hace diez años

acompañado de una foto

de mil fotos.

Todas de una persona que no soy

hace ya tiempo. 

Descalibrado

Regresaré a casa con el español descalibrado

sepa usted,

que eso tampoco hace daño

cada palabra que traigo

de afuera de mis tierras

es un regalo

una cajita de música

que resuena fuera de mi boca

aúnque sólo yo la oiga

como debiera.

 

Resistol

La nostalgia se sale del cuepo poco a poco.


A veces, sin embargo, necesitas rascartela de la piel

con las uñas


como esas capas de pegamento blanco

que nos poníamos de niños en los dedos

y que cuando lograbamos arrancarla

en una pieza

eran una copia perfecta de nuestras huellas.

Pequeño monumento dactilar

que admirabamos unos segundos

para luego apretar 

de nuevo

entre índice y pulgar

una gota más de pegamento. 






lunes, 7 de abril de 2014

Moneda

Envolví la moneda de arabia saudita en  un papel

Y la guarde en la cajita de las memorias USB.

Recuerdo que me preguntó: ¿Y qué pasa con Hatay?

Nada pasaba con Hatay

Y ese era el problema.

Todo pasó en París

en un segundo que se terminó

en el cuarto 59 del quinto piso.

También el tiempo es una creación de Dios,
me dijo luego Hatay.

Y entonces ví

al tiempo todo

cargándonos en su lomo
antes de enroscarse a dormir.



viernes, 4 de abril de 2014

Las palabras no tienen significado sino emoción: el agua me significa en la garganta seca, la memoria en mi padre que me falta. Detrás de las montaña está Siria.

jueves, 3 de abril de 2014

Lorena B.

Tenía el cuerpo de luz.
De luz tan blanca
que se hacía leche
cuando andaba

Tenía la cintura
hilvada con un hilo blanco
que le señia el cuerpo

y le daba la silueta

de una estatuilla de marmól

El marmól mismo palidecía a su lado

de envidia

por la luz que se colaba
por debajo de las bolsas de los ojos

y el rosa de sus mejillas
se encendía
como una rosa de castilla
deshojada a destiempo.


Ella vivía, sin embargo,
como si fuera
cualquier chica
con un bonche de papeles en el saco
un ensayo para corregirles los errores
un tren al que se debería llegar a tiempo

Pequeño sonido

Naim tenía un pequeño sonido.
 El pequeño sonido era su llave mágica.
Como él código que un mago entrega a un aprendíz
(o un sheikh a su discípulo). 

El pequeño sonido era dulcísimo
y suave
como la parte interna del ala
de una ave
antes del primer vuelo.


Era una respuesta
a cualquier cosa

pero era
el código
de su tristeza
de su duda
de su curiosidad

de su extrañeza

de la distancia que te regalaba
desde su inteligencia

no llegaba a ser una palabra
no era una palabra

porque así
como sonido

podía ser cualquier cosa. 



(que tristeza sentirá
mi memoria
cuando no recuerde más
el pequeño sonido de Naim
el bufido
el soplo de curiosidad
y misterio
con el que me contestaba Naim
cuando le hablaba).

Catalina

Recogiéndolo en una coleta se cortaría el cabello.
Con las tíjeras recién prestadas lo cortaría parejo.
Los bucles dorados caerían al piso
y si fueran de oro

los recogería para comer

un crepe en la Bastille.

Preludio para una historia de tres días

Esta historia no debería tampoco ser contada. 
No es pues, una historia. 

No hay, pues, constancia de que los dos actores del relato hayan existido. Hay, sòlo indicios, pero como en cualquier investigaciòn criminològica, los indicios no son suficiente para incriminar culpables. 

De hecho, la historia es tan fugaz que podria no haber existido: como esos niños que las madres sacan del vientre antes de tres meses. Como esos niños que no tuvieron nombre y que sin embargo, vienen cada tanto, como fechas del calendario: "hoy hubieran sido tres años". 


***

Lo fugaz no existe. 
Lo fugaz es como el viento que gira antes de golpear el mar. 
Que tan sólo silba
como diciendo
no soy aire
soy viento
soy ciclón 
soy remolino
y luego desaparece sin golpear la ola. 


***

(Variación del árbol que cae)


Sí la persona con quien has hablado no recuerda lo que le has dicho:

 ¿es qué lo has dicho realmente o
es que 
quizás

el viento y las ondas
al salir de tu boca
se desordenaron en aire?

(¿Es el llanto una palabra?)





Bouillore

De París me despedí a cachos: como quien alarga la palabra para no terminar tan pronto de decirla. Un poco un viernes, otro poco un sábado, otro poco en domingo y otro poco en lunes. Cada cosa regalada a buenas manos, era como un hijo salido del hospicio. Que tristeza y que drama es mudarse para los que nos apegamos hasta a los objetos más ínfimos. La calma que me dio que Jairo se quedará con la bouilloire: fue como ceder un hijo.

Valijas

Boletos de metro
Boletos de avión
Tickets de compras que no cotejaría nunca
Números de teléfonos en papelitos blancos: 06, 06, 07. Cualquier cosa.

La llave de una bicicleta perdida hace más de tres años.

Pelusas.
Libros.

La maleta estaba llena de planes.
Planes que pagaba por kilo.

Había un jabón de Siria, y un libro cuya dedicatoria es imposible de leer sino es con la memoria.

Había una boleto de cine del 2008:

Quemar las naves.
Sala Julio Bracho. 18.30pm.


miércoles, 2 de abril de 2014

Sinfonía de cacerolas a media noche en la Cité Universitaire

 A Lorena Bordigoni

Preludio
 
 (Al vaciar el cuarto de París, me fueron quedando herencias de estudiante. Ollitas y sartenes y platos de ámbar y torchones grises. Todas mis pobres herencias las metimos en un carrito de supermercado).

*

Éramos dos gitanas cruzando Europa. Bordeando México por detrás, pasando de lejos Argentina, Canadá, Camboya. 
El carrito de súpermercado, de Auchan para ser precisas, era una de las prestaciones de la Casa de México a sus residentes (¿qué otra casa podría pedir como caución una credencial para prestar un carrito de mercado que a todas luces era robado?).

Las cacerolas golpeteaban sin ritmo pero recias. Anunciando la despedida: despertando a los ausentes. Allí, así, cruzando la Cité, cuando  cruzábamos con otros residentes la risa se nos desbordaba del cántaro de la boca (como agua, como melódico chorro de agua que era fondo para nuestra sinfonía de cacerolas).  Carnavalito latinoamericano de a dos. 
Nuestra fama nos precedía y minutos antes de que cruzáramos, empujando Lorena la maleta roja y yo el carrito de supermercado, ya sonaban alegres y rimbombantes las cacerolas.

Que supieran, vecinos, extranjeros, extraños, amigos, que me iba, que mi herencia no eran las cacerolas sino la canción que éstas le cantaban a Argentina. 


-Versión mexicana-

Sin ritmo pero contentas, como tamborazo en un callejón de Zacatecas, mis cacerolas cruzaron la cité universitaire en un carrito de mercado desde México hasta el circo de las pulgas. 
Epílogo

De regreso, sola, empujando el carrito vacío, pase de carnaval gitano a clochard parisino. 

Avenida P. de Coubertin III


A Naim J.
He vuelto a escribir para el público.
Se acabaron esas peroratas vacías en las que narraba para mi misma mi propia vida (como si yo fuera mi propio e único público).

No te acordarás jamás del instante en que saliendo de la Maison du Maroc, me dijiste, como quien hace un comentario del clima, que debería de escribir más.

Et voilà.

Escribo.

Tampoco recordarás que nombré a los tres lunares de tu brazo: "Sócrates, Platón y Aristóteles".

Ellos, sin embargo, sabrán su nombre. 

Avenida P. de Coubertin II


A Naim J.
Quise gritarte desde la avenida. Quise ser esa amiga que te gritara, una o dos veces a la semana, para despertarte o para verte salir, a torso desnudo, medio dormido, después de haber revolucionado el mundo desde tu pequeño cuarto de la Cité.
Quise.
No pude. No tenía, no tuve, el tiempo necesario para ser "esa que te gritaba siempre desde la avenida P. de Coubertin".

Tuve tan sólo un día (el día que me iba de París) y en lugar de gritarte para despedirme lo use para decir a mi amiga: -Esa, la de la bandera pirata, es su ventana-

-¿Cuál bandera? No la veo- me dijo, jalando las palabras con su acento de sur altivo.
-Bueno, no la bandera, la pañoleta, el trapo negro colgando del balcón-
-ah-
Y eso fue una buena parabola, de como yo, transfigurando la realidad, te veía. 

lunes, 31 de marzo de 2014

Avenida P. de Coubertin.


A Naim J. 
Cuando primero  grité tu nombre, tres cabezas oscuras se asomaron por las ventanas del almujar.  Después, ví como la ventana de tu balcón intentó abrirse con problemas, jaloneandose un poquito. Yo sé exactamente los papeles, las zapatos de cuero, la ropa (y su color)... Los libros que, dentro del cuarto, esparcidos por el piso, te impedían abrir el balcón y saludarme. 

sábado, 29 de marzo de 2014

Le panneau de la Cité Universitaire

A Naim J.

Solo existen dos países en el mundo:
Siria y México.
Son demasiadas pocas fronteras para la división de cinco continentes geopolíticos. Hay que incluir entonces Argentina; Turquía; Francia; Canadá.

°

Ahora recuerdo porque las cosas conmigo no funcionaban. 
Claro, porque era de esas que se attache tres tôt
La vida es más difícil y más intensa para las dramáticas. 
Y mucho más llena de ilusiones, de fantasmas retocados en gouche como pinturas de Doré.

°

Le he gustado al azar a tres o cuatro hombres en mi vida. Con ninguno tuve un relación  ni cayeron perdidamente enamorados. Quizás una cosa distinta es el azar y otra el destino; quizás casi no se juntan nunca. 

°

Detesto el mundo de la expectativa. Me decepciono con facilidad. Cualquier timbre telefónico, cualquier notificación en el teléfono, cualquier toquido en cualquier puerta, cualquier voz que se alza entre la multitud dirige a mi ingenuo corazón a lo deseado; pero si algo se puede relacionar con tanta facilidad con todo es porque no se relaciona con nada. Esa es, camaradas, la diferencia entre la ilusión y la esperanza.

°

Soy como el cervatillo que corre ante el menor ruido pero que espera ser cazado. 
No sabe, sin embargo, que el cazador ha incluso limpiado el rifle.

°

Cualquier ruido eres tú. No, más bien todos los ruidos eres tú. Todos los timbres, todos los cláxones, todos los repiques de todos los teléfonos; todos las campanadas en todas las iglesias... pero con ninguno me hablas. 

°

Hay otro mundo. En ese mundo, una de mis yos equivalentes hacían caer de amor a cada hombre que el azar le traía. En ese mundo; los enamorados se batían a hierro y escudo y las cabezas rodaban por el piso inflamadas de borbotones de amor que se convertían en culebras enamoradas (también Medusa ama) . En ese mundo yo era Helena la bella, y todos eran París.

sábado, 8 de marzo de 2014

Moscú

Tengo miedo de olvidar. Una vez, cuando yo tenía 18 o 19 le pregunté a Priani en clase cómo se sentía tener cuarenta años, de qué cosas se acordaba y de qué cosas no: ahora no recuerdo su respuesta. 

***

Las calles de Rusia son amplias y grises. Verde apagado en las orillas. Postes de electricidad, amarrándose como nidos.  Postes de electricidad que se mezclan con las cúpulas bizantinas. Edificios altos, larguísimo y grises con las calefacciones colgando por las ventanas chiquitas. Grises. La pintura y los paneles se caen y en las ventas se arremolinan miles de latas llenas de plantitas, cortinas de tela delgadísima y finísima con estampados de puntos o flores. . Mujeres delgadas con faldas cortísimas, con blusitas tejidas a mano con colores estridentes. Malls que surgen de la nada en medio de un desierto de arquitectura soviética. Malls lujosísimos con pisos blancos y resplandecientes. En las puertas de los malls hay arboles falsos con foquitos que se encienden al atardecer y cambian del dolor. Afuera del malls la banqueta es vieja, la calle es vieja, y en una parada de autobús un hombre coordina las combis rusas. La parada de autobús es azul y las combis (mashutkas?) son amarillo huevo.  Tu sientes que entre el Mall y la calle, el arbolito iluminado, es una profeta del capitalismo. 

viernes, 7 de marzo de 2014

Sobre el amor

A Andrea Vázquez

1. Quiero dormir cansado para no pensar en ti

Tengo 27 años y me enamorado completamente dos veces, una a medias y otras tantas en algunos cuartos, en octavitos repartidos como el Café de Michoacán en bolsas de papel.
Hace muchos años que no escribía del amor. Cuándo era una muchacha me rompieron el corazón como se rompen el corazón los muchachos; con pompa y platillo, con llantos doblados sobre los llantos, esquinas bohemias repletas de cerveza indio, amistades que se tejen en medio de ese dolor del abandonado y que desaparecen cuándo uno se reconstruye. No hay nada dolor más profundo y más imaginario que el dolor del amor.  Algunas veces es un grano de café al que le das vuelta en la lengua con la boca, otras es el ataque de una bomba nuclear selectiva; una bomba que destruye solamente el mundo del que estaba enamorado, pero no el mundo normal, no el de las madres que lavan la vajilla y se secan las manos en el frente del delantal ni el mundo de los amigos exitosos con parejas que tienen tiempos completos en oficinas con grandes ventanas; no, esos mundos no los destruye la bomba nuclear del desamor y 
Hoy he hablado con una amiga a quién no había visto en 10 años. Hablamos del amor, hablamos de esa bola que te crece en el pecho cuando te abandonan, de ese doblar de la espalda hacia los rincones para  no ver la luz de frente, del pliegue del cuerpo en la cama cuando intentas resguardarte del desamor, del dulce momento justo antes de quedarte dormido cuando piensas que, al dormir, vas a poder olvidar por fin el dolor. Hace algún tiempo, tampoco diré que mucho, que no siento ese dolor, pero al pensar en él puedo recordarlo con la claridad con la que recuerdo cualquier olor entrañable de la infancia, puedo incluso sentir cómo se me eriza la piel y como una bola negra se me revuelve en el vientre bajo. 
Con el hombre con el que estoy ahora también sentí esa bola negra, y ese cerrazón de la garganta como si pasaras una píldora azul tan grande que te destruye la traquea, sin embargo, la primera vez, las primeras veces, uno creía que el mundo se acabaría; que la guerra nuclear imaginaria terminaría por derruir todo y que su halo de muerte seguiría aún cuando las amas de casas y los oficinistas no pudieran ver como el mundo se caía a pedazos. Ahora, diez años después (porque sí, he llegado a la edad en la que uno puede decir "diez años después") cuando siento la voluta oscura subiendo por el diafragma, aprieto la mandíbula y fijo mi mirada y me digo: "Ya pasará, aguanta sólo que pasará" Y pasa, y las amas de casa y los oficinistas tienen razón y mi dolor, por más profundo y azul y desgarrador, pasa. 
Con el hombre con el que estoy ahora llegué como uno de esos pobres toros de Pamplona a los que les abren la puerta del corral después de haberles acribillado el lomo a pinchos; corriendo, llenos de energía, de ímpetu para moverse, pero heridos. Él mismo me hirió, así como yo lo herí, unas cuantas veces antes de sincerarnos y decidir, como el capitán que quema las naves, que este era nuestro todo o nada; que soltábamos las amarras de ese amor juvenil y nos aventurábamos en otro amor. Y bueno, en Septiembre nos casamos. Y si habrá volutas negras, se tratará más bien de esos panes de horno, hogazas que partes en dos y compartes.